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Top Ten de los enólogos argentinos
Cada 7 de septiembre se celebra el día del enólogo argentino, pero un solo día no alcanza para honrar a quienes dedican su vida a embotellar placer para millones de personas todos los años.
Cada 7 de septiembre se celebra el día del enólogo argentino, conmemorando cuando el presidente Domingo Sarmiento inauguró la Quinta Normal de San Juan en el año 1862; entidad que luego pasó a llamarse Escuela Nacional de Fruticultura y Enología. De allí llegaron a Mendoza los primeros técnicos formados en el arte de la vitivinicultura, y ya orientados hacia su industria. Formalmente, esta efeméride se instituyó en el año 2002, por un acuerdo entre el Centro de Enólogos y el Consejo Profesional de Enólogos de San Juan, además de otras entidades, aunque anteriormente se homenajeaba a los trabajadores de la enología todos los 6 de agosto, bajo la fecha de “Día de la Enseñanza Agrícola”.
Es cierto que el vino nace en el viñedo, y que de ello se desprende el concepto francés de “terroir”: suelo + clima + acción del hombre. Y que, a lo largo del tiempo, el prestigio de un lugar ha trascendido a las bodegas y a las personas, sobre todo en el Viejo Mundo (Europa), donde llevan muchos años de ventaja vinificando en diferentes regiones. Por lo tanto, no es una novedad que los mejores vinos del mundo vienen de lugares específicos, con historia y un merecido prestigio adquirido.
Pero el vino no se hace solo, y menos en la Argentina. Acá, fueron primero los varietales; como en el Nuevo Mundo; los que lograron sacudir el tablero. Pero esa moda duró muy poco. Luego, empezaron a llegar los vinos de lugares. Y de la mano de la vitivinicultura de precisión, pasamos de grandes zonas como el Valle de Uco, a vinos de parcelas únicas dentro del mismo valle; por ejemplo. Y si bien esto permitió rescatar del olvido a la Denominación de Origen Lujan de Cuyo, y crear varias IG (Indicaciones Geográficas) de lugares con mucho potencial, hoy la cosa ya pasa por otro lado. Porque lo importante no es tanto el lugar en sí mismo, sino la interpretación que cada hacedor puede hacer de ese lugar. Y ahí se abre una nueva discusión, tan infinita como interesante. Porque desaparece la competencia por ver si los vinos de una misma región responden a un carácter en común, y esto le ahorra mucho trabajo al consumidor, que recién estaba empezando a apreciar las diferencias entre el Valle de Uco y la primera zona. Por lo tanto, abarcar un lugar sin ir de la mano de un hacedor, no tiene mucho sentido. Claro que se pueden elegir varios, pero la idea es poder respetar a cada uno de ellos. Porque no es solo cuestión del suelo de un lugar y su clima, sino de una persona poniendo su impronta para poder embotellar ese paisaje, y poder revelarlo en las copas.
Por eso, el comienzo del siglo XXI se puede denominar como “la era de los enólogos” en la Argentina.
Es imposible abarcarlos a todos, pero si se los puede representar en el nombre de algunos pocos. Pero antes que nada, hay que hacer una clasificación para poder darle a cada uno de los enólogos el lugar que merece.
Los más grandes
En todo sentido; o en casi todos. Porque el “petiso” Mendoza (el Gran Ángel del Vino) es uno de los referentes; y es petiso. Y si bien ya no está al frente de una gran bodega, como en su momento lo estuvo de Trapiche, sigue muy activo, y además en las redes aporta toda su experimentada suspicacia para generar debates. Además, su Pura Sangre (Domaine St. Diego), sigue siendo uno de los Malbec referentes y de culto.
Hay que separar a los más experimentados, por una cuestión de trayectoria, de los más jóvenes, aunque no lo sean tanto.
Están aquellos que peinan 40 cosechas o más, como Alejandro Pepe Martínez (Rosell Boher), que demuestra año tras año como se pueden hacer grandes espumosos nacionales que están a la altura del Champagne. Otro maestro de las burbujas es Onofre Arcos (Chandon), quién luego de toda una vida elaborando millones de botellas para brindar, ha cedido su lugar de chef du cave. Y no hay que olvidarse de Pedro “El Grande” Rosell (Cruzat). José Pepe Galante (Salentein), un enólogo que le hace honor a su nombre, y desde que está 100% en el Valle de Uco parece haber renacido vínicamente. Su gran amigo Mariano Di Paola (Rutini), también ha vuelto a florecer desde la bodega nueva en Gualtallary, donde además tiene todo lo necesario para elaborar vinos de muy alta gama. Otro de los grandes, aunque sin tantas cosechas encima aún, es Daniel Pi (Trapiche), responsable no solo de los vinos de Peñaflor en Mendoza, sino que recorre el país (San Juan, Salta, Catamarca y Chapadmalal), supervisando y participando en equipo de todas las decisiones enológicas en todas las regiones. Y Roberto de la Mota (Mendel, Revancha), quién ya ha dejado de ser “el hijo del padre de la enología argentina”, para convertirse él también en uno de sus padres.
Pero hay otro grupo de grandes hacedores con menos años de experiencia. Tal es el caso de Alejandro Vigil (Catena Zapata, Aleanna), quién con su impronta única ha revolucionado no solo al Malbec, sino también al Chardonnay y al Cabernet Franc. Desde Santa Julia, Rubén Ruffo avanza en silencio y con el perfil bajo que lo caracteriza, pero sus vinos lo dicen todo. Otro gran representante de este grupo es David Bonomi (Norton), que ha regresado y ha emprendido una nueva etapa a partir de vinos del Valle de Uco; toda una novedad para la bodega. Marcelo Pelleriti; el enólogo del rock; mantiene muy vigente el legado de Michel Rolland, pero con sello propio.
Por último, y sabiendo que quedan cientos sin nombrar, Alejandro “el Colo” Sejanovich. Un emprendedor con todas las letras, que está elaborando en diversas regiones del país, aportando su visión vitícola.
Los jóvenes consagrados
Son muchos los enólogos jóvenes pero que acusan una vasta experiencia. Como Felipe Stalschmidt (Bodegas Toso), que desde el tradicional terruño Barrancas se hace notar con vinos auténticos. Al igual que Juan Bruzzone (Fabre Montmayou), qué puede traducir muy bien lo que quieren Hervé y Diane (propietarios). Juan Roby (Lagarde) también supo interpretar a la familia propietaria de la bodega, aggiornando sus vinos. Hace algunos años que Rogelio Rabino (Kaiken) elabora vinos bajo las exigencias de Aurelio Montes, uno de los máximos referentes chilenos. Otro joven que cambió todo es Santiago Mayorga (Cadus, Nieto Senetiner). Respetando el estilo tradicional de la casa, pero cumpliendo con los mandamientos actuales. El caso de Sebastián Zuccardi (Zuccardi) quizás sea diferente, porque todo lo hace con la tranquilidad del que se sabe dueño. Germán Di Césare (Trivento) se ganó el respeto dentro del Grupo Concha y Toro (el más grande de Sudamérica) a base de esfuerzo y visión innovadora. Algo similar le pasó a Gonzalo Carrasco (Terrazas de los Andes), quién no solo debe elaborar los vinos de la bodega, sino recorrer el mundo para promoverlos. Pero sin dudas hay uno que es el más creativo de todos, ya que todo vino que camina va a parar a una botella. Matías Michelini (Passionate Wine), un verdadero buscador y apasionado del vino argentino, que no para de derribar fronteras.